Una reacción de
disgusto y de total reprobación ha causado en los medios católicos el video transmitido
por la redes sociales, en donde se aprecia a un grupo numeroso de hombres y
mujeres, en su mayoría jóvenes, bailando
al ritmo de una estridente música electrónica. Esta actividad no tendría mayor
interés si se hubiera llevado a cabo en un antro, casa o pista de baile, sólo
que esta vez el evento tenía como escenario la nave central de la Basílica de
San Vicente, en la ciudad de Metz (N.E. de Francia), la noche de la Pascua
cristiana. Autores y constructores de
esa grandiosa basílica, venerables abades y sabios arquitectos medievales, nunca se imaginaron para quién trabajarían: la creación artística, el esmero
y el esfuerzo de generaciones enteras, al menos durante cuatro siglos que duró
la construcción y la reconstrucción de este templo, estaría sirviendo para un
espectáculo “cultural” de esa naturaleza.
Iniciada en el
siglo XIII, consagrada a fines del siglo XIV, la basílica –y abadía- de San
Vicente, de estilo gótico tardío, conoció su apogeo en el contexto de la cristiandad
de la Baja Edad Media. En su recinto, varias
generaciones de monjes y fieles de la –entonces- cristianísima ciudad de
Metz celebraron durante siglos los oficios sagrados. Posteriormente, durante el período de la
Revolución francesa, al igual que otros templos a lo largo y ancho del hexágono,
se convirtió en templo de la diosa Razón e inclusive en depósito de armas, pero
una vez pasados esos acontecimientos, el culto se restableció ya desde la época
napoleónica, de tal manera que la basílica volvió a ofrecer a los fieles de la
diócesis, su espacio, naves y espléndidos vitrales para la oración, el
recogimiento y la celebración de la liturgia cristiana.
Lo que sucede es
que los templos, por más fastuosos que sean, son sólo el lugar que acoge a la
comunidad cristiana (“domus Ecclesiae”),
al pueblo cristiano, pero cuando éste desaparece, los edificios sagrados se
convierten en espacios vacíos, y sus vitrales, verdaderas enseñanzas visuales
de la Fe cristiana, pierden su razón de ser, ya que los habitantes de la
“ciudad secular” se sienten ajenos a ese entorno artístico, expresión de la Fe
cristiana.
Es entonces cuando
la mentalidad pragmática de esa sociedad moderna, desacralizada y secularizada,
toma el relevo, planificando otros proyectos para dichos espacios, proyectos que
ya nada tienen que ver con la recta utilización de los espacios sagrados. Esto ha sucedido con la Basílica de San
Vicente, la cual desde el 2010 se desacralizó y pasó a ser “un centro
cultural para para acoger distintos eventos de Marzo a Octubre”, según afirmaba uno de los concejales del
municipio. No había ya necesidad de un espacio dedicado al culto sin público
alguno.
Más que un escándalo o una condena por la
“profanación” de un lugar sagrado, ese hecho nos debe mover a una reflexión
profunda. Después de todo, Metz no es más
que una representación, una muestra de los cambios en la mentalidad y
costumbres de la vieja Europa, por lo cual nos preguntamos: ¿Qué ha pasado en la
Iglesia de Francia? ¿En dónde están los grupos dinámicos de la Acción Católica
Obrera, ¿las comunidades religiosas tan variadas? ¿los curas obreros?, en suma:
¿qué ha pasado con Francia, “hija primogénita” de la Iglesia”? El Papa San Juan
Pablo II ya había anunciado y denunciado
esa situación en 2004 en su Encíclica “Ecclesia in America”, en donde describe
magistralmente el trasfondo de esa
mentalidad que ha invadido a la sociedad europea: “Asistimos al nacimiento de una nueva cultura, influenciada en gran
parte por los medios de comunicación social, con características y contenidos
que a menudo contrastan con el Evangelio y con la dignidad de la persona
humana. De esta cultura forma parte también un agnosticismo religioso cada vez
más difuso, vinculado a un relativismo moral y jurídico más profundo”…
(I, 9)Una sociedad que desconoce sus raíces cristianas
no es capaz de apreciar y valorar la herencia cultural que proviene de dichas
raíces. Dicho rompimiento es debido también al proceso de secularización y
desacralización iniciado ya desde la época de la “Ilustración” del s. XVIII.
Sin embargo ese abandono progresivo de la fe no se ha tenido como resultado un
simple ateísmo, sino que ha dado lugar a una nueva “religiosidad”, pues en
contra de lo que suele pensarse, el mundo moderno continúa siendo religioso,
aunque orientado de manera distinta y a objetivos diferentes. Aunque emulan muchas actitudes de las
religiones tradicionales, los nuevos
cultos –religiosos o “profanos”- de la llamada “ciudad secular” (Harvey Cox) han tomado el relevo de la Fe: los aparatos
electrónicos, la música ensordecedora, el
esoterismo y el placer a cualquier precio rigen y orientan el comportamiento de las
sociedades “posmodernas”. Los nuevos dioses promueven el individualismo, el
relativismo moral, rechazan todo
compromiso social y se esconden a menudo
detrás de una cuestionable defensa de los derechos
humanos. En este panorama variado y complejo, basado a menudo en tradiciones y
cultos ancestrales, aparecen nuevas creencias y “rituales”, mezcla de
secularismo, vagos esoterismos y desprecio por las raíces cristianas. Terminemos
con un texto de esa bellísima reflexión sobre “La Iglesia en Europa” de Papa
San Juan Pablo II: “… la pérdida de
la memoria y de la herencia cristianas, unida a una especie de agnosticismo
práctico y de indiferencia religiosa, (tienen como resultado que) muchos
europeos dan la impresión de vivir sin base espiritual y como herederos que han
despilfarrado el patrimonio recibido a lo largo de la historia. Por eso no han
de sorprender demasiado los intentos de dar a Europa una identidad que excluye
su herencia religiosa y, en particular, su arraigada alma cristiana, fundando
los derechos de los pueblos que la conforman sin injertarlos en el tronco
vivificado por la savia del cristianismo” (I, 7).
¿Habrá perdido para siempre Iglesia en Francia y en
Europa occidental ese rostro que le
valió alguna vez el título de “civilización cristiana occidental? ¿Está ya en
germen una nueva Iglesia, tal vez minoritaria, conformada por comunidades que
ya no tendrán necesidad de grandes templos, pero que serán la nueva levadura
que fermente la masa, como en la Iglesia de los primeros siglos? Ese sería en
todo caso el verdadero reto ante esa sociedad que convierte los antiguos
templos en simples pistas para bailes con música electrónica…
jlramirez@itesm.mx