jueves, septiembre 14, 2023

 



¿MÉXICO, PAÍS ABORTISTA?

 

José Luis Ramírez Vargas

 

Recientemente, la Suprema Corte de Justicia de la Nación aprobó el proyecto 267/2023 de la ministra Ana Margarita Ríos Farjat, invalidando los artículos del Código Penal Federal contrarios al aborto voluntario en el Código Penal Federal. Si bien esa decisión jurídica no constituye en sí una nueva legislación, abre la puerta y es una presión para que, acto seguido, el Congreso de la Unión y los congresos estatales modifiquen en ese rubro la legislación vigente.

Es lamentable contemplar que un grupo de magistrados “progres” o “expertos”, alineados con los dictámenes de las Naciones Unidas hayan tomado una decisión de esa magnitud sin tomar en cuenta a la ciudadanía ni las consecuencias que tendrá la medida una vez que la legislación la apruebe. Sin embargo, resulta más penoso y doloroso todavía el ver a grupos de mujeres “festejar” la decisión de la Corte, como si se tratara de un “triunfo” o un “logro”. Muchas de ellas sin duda ni siquiera habrán tenido la maravillosa experiencia de ser madres, o bien ignoran en qué consiste un aborto, o no quieren saberlo. La ideología ha cautivado y cerrado sus conciencias a tal punto de borrar en ellas todo sentimiento genuinamente femenino de compasión y ternura por un ser humano vivo que, en el vientre de una mujer, está por nacer. Se han dejado subyugar por la mentalidad imperante que incluso habla con eufemismo de “interrupción” voluntaria del embarazo, como si éste pudiera luego “reactivarse”. 

 El mal que invade hoy en día las mentalidades se centra fundamentalmente en el individualismo exacerbado (Encíclica Fratelli Tutti,13 – 14), el descarte de seres humanos, en particular de los no nacidos, (Ib., 18), el debilitamiento de la ética y de los valores espirituales (Ib., 29), entre otros. El hombre está más que nunca centrado en sí mismo, sin ningún vínculo social que lo comprometa. La invasión de la ola de los “derechos” ha sepultado los deberes de la persona, y el derecho más fundamental que es el derecho a la vida del no nacido. “Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo”, decía Karl Marx en el siglo XIX, hoy en día en nuestro siglo XXI una cultura avasallante, atea y nihilista, con diversas ramificaciones, recorre nuestras naciones, es la cultura de la muerte, camuflada bajo la consigna de los “derechos” de la mujer.

 Ante esa coyuntura, la ciudadanía tiene aún hoy en día la opción de presionar a sus representantes en el poder legislativo para evitar el genocidio a nivel nacional que se seguiría con la puesta en práctica de dicha medida, y más cuando se pretende que el aborto sea posible realizarlo durante todo el tiempo del embarazo no sólo a las doce semanas, como si esto último disculpara a los legisladores de verse involucrados en el consentimiento de ese crimen.

 La otra opción, a la que nos llevaría una legislación así aprobada, es que las organizaciones de acogida y protección de las mujeres que viven una situación de embarazo “no deseado” prosiguieran arduamente con su benéfica labor, apoyadas con más ahínco, moral y económicamente, por una ciudadanía más consciente para evitar que las mujeres recurran a los servicios públicos de salud para practicarse un aborto. De tal suerte que la medida “legal” no tuviera éxito ni tuviera que aplicarse. “No estás sola” han venido repitiendo por todos los medios varias de las organizaciones que defienden las dos vidas, la de la madre y la del hijo por nacer, su contacto está al alcance de toda persona por teléfono y en las redes sociales.

 "Un padre y una madre unidos en matrimonio, tomados de la mano y paseando con sus hijos en brazos, será el gesto más revolucionario e intrépido en este siglo decadente", decía G.K. Chesterton a principios del siglo XX. Esta profecía se está cumpliendo hoy en día…

 

 Imagen tomada de: https://es.wikipedia.org/wiki/Suprema_Corte_de_Justicia_de_la_Naci%C3%B3n

 

 


jueves, septiembre 07, 2023

¿LA IGLESIA SE ABRE ANTE LA DIVERSIDAD? 

José Luis Ramirez Vargas 


“La iglesia no es la asamblea de los puros, sino el hospital de los pecadores”. G.K. Chesterton 


Trascribo en el título de este artículo el encabezado de una nota reciente en un periódico local, pues la realidad a la que alude como una novedad nos invita a unas reflexiones. La “diversidad” a la que hace alusión se refiere a un grupo creado dentro de una parroquia con la loable intención de atender a las personas con una orientación sexual distinta, y a sus familiares. De ahí nos surgen algunas dudas o preguntas: ¿No se supone que toda comunidad parroquial debería estar siempre abierta a todo tipo de personas, incluyendo a las que hace alusión? O ¿en qué consiste lo inédito de esa apertura? ¿Existe un plan pastoral de acompañamiento a dichas personas? ¿Cuál sería el objetivo? Es verdad que una respuesta, en este caso específica, se impone ante la situación que viven los homosexuales y lesbianas en nuestra sociedad. Ésta no siempre ha acogido con el debido respeto a las personas de distinta orientación sexual, pues lamentablemente, la discriminación sigue dándose a menudo en el plano laboral y en el mundo de la educación, e inclusive en el familiar, sin embargo, a la Iglesia, como lo afirma el Catecismo de la Iglesia, le toca acoger a estas personas y evitar toda discriminación: (Los homosexuales) deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición. (C.I.C., 2358 *). No cabe duda de que la realidad que viven esas personas -y con ellas sus familiares- es difícil, complicada y a muchos casos es causa de verdadero sufrimiento. La Iglesia ofrece para todos ellos, en distintas modalidades, recibir el Anuncio de la Buena Noticia de Jesucristo y hacer un camino de conversión, en suma, a vivir la experiencia de que hoy como entonces Jesús pasa, a través de su Iglesia, “… predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia” (Evangelio de San Mateo 4, 23). Como todo proceso, es necesario hacer un recorrido de acompañamiento en la Iglesia, ya que experimentar un cambio de vida, no es someterse a la fuerza a una nueva observancia basada en la letra de la ley, sino vivir en la gratuidad y en la alegría la nueva vida que da el Espíritu Santo. Sólo así y desde ahí se puede entender y vivir plenamente la realidad que describe el Catecismo de la Iglesia Católica al hablar sobre el tema de la homosexualidad: la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso. (C.I.C., 2357). Por otra parte, la Iglesia debe afrontar con firmeza y valentía el discurso enarbolado por las organizaciones LGTB+ que proclaman irresponsablemente la condición de la homosexualidad (de hombres y mujeres) como un “orgullo”, menospreciando la condición que viven muchos de ellos en la búsqueda de su identidad, a menudo en un entorno hostil, y casi siempre con un profundo sufrimiento. En este sentido, la creación de un grupo de atención pastoral en las comunidades parroquiales deberá tomar seriamente en cuenta esa realidad exterior para no devenir un grupo que sólo alimente el acomodo a la mentalidad imperante: “…no se acomoden a este mundo, sino transfórmense, mediante la renovación de la mente, para que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable y perfecto.” (Epístola a los Romanos 12, 2). Quisiera hacer finalmente una alusión a esa virtud tan poco mencionada en la Iglesia o de la que se habla con cierta circunspección y temor, me refiero a la castidad. Tal vez para muchos cristianos esa virtud parece estar reservada para sacerdotes, religiosos y religiosas, sin embargo, la doctrina de la Iglesia es clara al afirmar que todo cristiano deberá vivirla, dependiendo de su condición: Todo bautizado es llamado a la castidad. El cristiano se ha “revestido de Cristo” (Gálatas 3, 27), modelo de toda castidad. Todos los fieles de Cristo son llamados a una vida casta según su estado de vida particular. En el momento de su Bautismo, el cristiano se compromete a dirigir su afectividad en la castidad. (C.I.C., 2348). La santidad y la perfección cristiana a la que estamos llamados todos los cristianos (Evangelio de San Mateo 5, 28) es el culmen de la paz interior y de la alegría, y la castidad es un medio para llegar a ello. El Catecismo de la Iglesia la refiere en particular a los homosexuales: Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana. (C.I.C., 2359). En suma y para concluir, este “Camino de perfección” -como lo llamó Santa Teresa de Ávila-, tal como la Iglesia lo propone no es “popular” ni existe para recibir el aplauso o la aprobación de ninguna organización sobre todo si ésta lleva el sello o la marca de un “espíritu” contrario al “Espíritu de la Verdad” (Evangelio de San Juan 14, 17). La Iglesia, en su peregrinar por el mundo, seguirá anunciando que “todos los hombres son llamados a la unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos” (Vat. II. Constitución Lumen Gentium I, 3). 

*Son las siglas del Catecismo de la Iglesia Católica 


Imagen abajo: Tomada de https://couragerc.org/