lunes, agosto 16, 2021

TENOCHTITLÁN ¿CAÍDA O RESISTENCIA?: CONSIDERACIONES A LOS 500 AÑOS DE UN ACONTECIMIENTO FUNDACIONAL

 



Source: Image:Model of the tenochtitlan temple complex.jpg {{cc-by-2.0}}

https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Templo_Mayor_Tenochtitlan.jpg  



Por José Luis Ramírez Vargas

 

Para los que estábamos acostumbrados desde la escuela a escuchar y a aprender en la clase de “Historia patria” que un 13 de agosto de 1521 había tenido lugar la caída de la gran Tenochtitlán, resulta novedoso el hecho de que este año el gobierno actual haya decidido conmemorar ese acontecimiento como los “500 de la resistencia del pueblo indígena”. Al respecto nos vienen en mente algunas preguntas: ¿se puede hacer caso omiso de lo registrado y documentado durante más de dos siglos por historiadores de renombre? ¿Qué objeto tiene priorizar una obvia y laudable “resistencia” sobre el hecho de la derrota del imperio náhuatl y la toma de su capital? ¿es más importante la “resistencia” que opusieron los aztecas durante dos meses que la toma y destrucción de la ciudad emblemática?  Esto, cuando es bien sabido que este hecho marcará para siempre el destino de un territorio que se convertirá, a partir de ese momento, en la nación mexicana.

La resistencia. Sí lo fue, pero no sólo contra los 400 o 500 soldados españoles que capitaneaba Hernán Cortés, sino contra los miles de tlaxcaltecas, totonacas y otros grupos que se les unieron para derrotar a un pueblo opresor al que había que pagar tributo y a veces sufrir de su parte la captura de víctimas para sus sacrificios. La “resistencia” indígena se dio en ambos bandos. En contraparte, es verdad que difícilmente podría justificarse la masacre llevada a cabo por los españoles y sus aliados indígenas en contra de los cholultecas en 1519, y la ordenada por Pedro de Alvarado en el Templo Mayor en 1520. Ambas son un claro ejemplo de crueldad innecesaria y de una guerra que sobrepasaba sus propios límites. Actos como ésos terminaron por encender el odio y preparar el camino a la toma sangrienta de la gran capital del imperio.

El resultado. “El odio a Hernán Cortés no es odio a España, sino odio a nosotros mismos”, afirmaba Octavio Paz. La toma de la gran Tenochtitlan, de acuerdo con los datos con los que contamos, es el resultado de una conquista por parte de europeos, de acuerdo a su visión, pero también fue la derrota de un imperio por parte de sus enemigos naturales, los pueblos que le estaban sometidos. A partir de ahí vino la implantación de una nueva administración político-social que sería, gracias a esa conquista, la extensión territorial de la Corona española y el nacimiento de la Nueva España, el ancestro del país que hoy llamamos México. Las generaciones que fueron surgiendo de esa nueva realidad serían “Los primeros mexicanos”, como los nombra en una de sus obras el antropólogo Fernando Benítez (Era: 1962). Resulta pues impropio que los actuales mexicanos nos expresemos con afirmaciones como “nos conquistaron”, o “resistimos”, pues nuestros ancestros estaban en los dos bandos, indígenas y españoles.

Reescribir la historia. ¿Por qué reescribimos continuamente la historia?, se preguntaba el filósofo polaco Adam Schaff (Historia y verdad, Grijalbo: 1971). Su crítica se cernía sobre dos extremos que se dan a la hora de escribir -o reescribir- la historia-, una es la llamada “presentismo”, que es una negación de la verdad histórica objetiva:  la interpretación del pasado se escribe solamente en función de las necesidades del presente. La cultura, la mentalidad, la ideología dominante de cada generación van recreando una historia distinta desde su original perspectiva. El pasado del que venimos no importa mucho, lo que cuenta es cómo se decida interpretarlo, o que hechos del pasado se desea seleccionar, generalmente desde el poder y al servicio del poder.

A esta tesis subjetivista se opone una historia con pretensiones de objetividad que, con el mayor número de documentos, aspira a narrar los hechos “tal como sucedieron”, postura que no logra subsistir ante los cambios constantes debido a los efectos que el pasado sigue ejerciendo en el presente. De ahí que necesariamente tengamos que reescribir la historia con nuevos significados.  Según esta tercera postura, los hechos del pasado, sin dejar de ser “objetivos”, no son algo fijo o petrificado, sino algo vivo y cambiante. La historia en este sentido no es algo ya acabado, sino un proceso de superación, y las verdades históricas de una determinada narrativa, si bien parciales, son “aditivas, acumulativas” y van conformando y confirmando una verdad objetiva.

Esas verdades que Adan Shaff llama “aditivas y acumulativas” son el fruto del trabajo de años de investigación historiográfica, y ahora se intenta borrarlas de un plumazo ¿en nombre de qué?  ¿con qué objeto? Parodiando a Octavio Paz en su “Laberinto de la soledad”, podríamos aventurar que una de las razones del festejo de los “500 años de resistencia indígena”, al enarbolar una “resistencia” y una “victoria” (en la “Noche triste”), tal vez sea el intento de camuflar el complejo de inferioridad del mexicano ante lo europeo. O bien, prosiguiendo la idea del premio Nóbel, ante la soledad y la inseguridad, para enfrentar la vida, el mexicano prefiere ponerse una máscara, en este caso la fiesta, y si la conmemoración no corresponde a los datos historiográficos, la cambiamos…

Tal vez sería bueno rescatar la interpretación histórica que teníamos en la década de 1960, en ese período se construyó el conjunto arquitectónico de Tlatelolco en la Ciudad de México, y frente a la Iglesia de Santiago, se colocó esta placa conmemorativa:

El 13 de agosto de 1521

Heroicamente defendido por Cuauhtémoc

Cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortés

No fue triunfo ni derrota

Fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo

Que es el México de hoy