José Luis Ramírez Vargas
El artículo de Eduardo Caccia aparecido en El Norte (3 de septiembre
2017) nos trae a colación algunas consideraciones en torno a lo que este autor
llama “sincretismo”, en alusión directa a la macroescultura del mismo nombre inaugurada
en Guadalajara los días pasados, y a la protesta de una parte de la ciudadanía
que la consideró irrespetuosa. Actitud que el autor tacha de “intolerante”.
El sincretismo, según
los estudiosos de las religiones, se da en varios tipos y a varios niveles: ya
sea por una simple yuxtaposición de deidades, por la absorción pura y simple de
una por otra, o bien por la suplantación
total de una por otra posterior en el tiempo. En cualquiera de ellas la nueva
deidad recupera todas o algunas de las características de la primera, como
pueden ser el lugar e inclusive el nombre, dando así lugar a una nueva
expresión o realidad. El nivel mínimo de sincretismo se da cuando la nueva
expresión añade elementos de tal manera novedosos que llega a borrar o a eliminar la mayor parte de los
anteriores. Es el caso de la Virgen de Guadalupe, cuyo sincretismo no fue la
yuxtaposición de deidades o la simple absorción de una por la otra, sino eso y
más que eso, fue la manifestación de una nueva realidad:
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Esa
Virgen Madre “se aparece” a un nativo de clase baja
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Esa Madre
Virgen habla, da un mensaje
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No se
declara deidad o diosa, sino “la Madre del Dios por quien se vive”
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La
hierofanía se enmarca, es cierto, dentro del culto a Tonantzin y del lugar
dedicado a ella, pero a la vez es también la expresión plástica de la mujer
descrita en el capítulo Vi del libro del Apocalipsis: “Una mujer vestida de
sol…”, etc., o sea, cubre dos realidades.
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La
simbología en la que se expresa y está rodeada la imagen guadalupana sobrepasa
con mucho la imagen sobria y muda de la diosa Tonantzin o Coatlicue
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Esto me
lleva a afirmar que el sincretismo ya ha tenido lugar en la imagen plasmada de
la Virgen de Guadalupe, tal como la conocemos. De ahí que el hecho de
yuxtaponer su imagen en una escultura, al lado de Coatlicue , desde el punto de
vista de los analistas de las religiones, ya no tiene sentido.
Por otro lado, en sentido amplio, toda religión es sincretista, en la
medida en que toma o adopta formas, símbolos, expresiones, lugares, etc., de
religiones anteriores. Dicho sincretismo para el caso del cristianismo tiene
todo un sentido teológico, en términos de que las religiones anteriores a la
aparición de Jesús han sido consideradas como una “preparación” a la fe
cristiana, tema que el obispo Eusebio de Cesarea del s. IV d.C., primer cronista e historiador
de la Iglesia, trata en su tratado “Sobre
la preparación evangélica”. En el caso del Judaismo, la fe cristiana se
presenta como un cumplimiento de las promesas hechas por el mismo Dios que se
revela a su pueblo. En este caso y en las religiones existentes el
“sincretismo” ya es un hecho, lo que aparece en todas es una nueva realidad o
expresión, con sus prácticas, creencias u organización que las caracterizan.
Régis Debray, un escritor francés ateo, ha incursionado en varias de
sus obras en el mundo de las religiones, y en un reporte enviado al Ministro de
la Educación en Francia, hace ya unos años, afirmaba que el “analfabetismo
religioso” es la causa de los fanatismos. En ese sentido estoy convencido de que
muchos de nuestros artistas y escultores, independientemente de sus creencias
personales, deberían tener un conocimiento básico de las religiones para que su
obra, cuando ésta tenga que ver con alguna expresión religiosa, no
distorsionara las “formas elementales de la religión” (según Emile Durkheim), y en vez de provocar confusión o herir
susceptibilidades, coadyuvara al aprecio del legado cultural que constituyen
las religiones en un país, para creyentes y no creyentes.
Por otra parte, no
hay que soslayar el hecho de que el sentimiento religioso está arraigado en una
buena parte de la población, ésta consideró una falta de respeto la mezcla de
las imágenes de la Virgen de Guadalupe y de diosa mexica Coatlicue. Me parece
que el hecho de protestar contra la exposición de una obra considerada como una afrenta a su creencia no es en sí un acto
de intolerancia. Por lo que me viene a la mente
cuestionarme ¿es que en nombre de la tolerancia se vale decir o exponer
cualquier cosa de cualquier expresión religiosa? ¿no tienen derecho los
ciudadanos religiosos a protestar contra una expresión que dañe sus
convicciones, sin ser tachados de “intolerantes”? El art. 8, III de la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto
Público y su Reglamento dice textualmente que las Asociaciones religiosas
deberán “Respetar en todo momento los
cultos y doctrinas ajenos a su religión, así como fomentar el diálogo, la
tolerancia y la convivencia entre las distintas religiones y credos con
presencia en el país…”. Quiero creer que esta disposición es aplicable
también a los ateos y agnósticos, en la medida en que tendrán también sus
creencias, respetables, e igualmente respetuosas de las de los demás.