Por el Mtro. José Luis Ramírez
Las recientes cartas del
Presidente López Obrador dirigidas al rey de España Felipe VI y al Papa
Francisco, sobre la necesidad de que las instituciones que ambos representan
pidan disculpa o perdón por los agravios a los pueblos originarios, llevados a
cabo durante la conquista de México, hace 500 años, son toda una invitación a
la reflexión sobre la Historia y el sentido de los acontecimientos del pasado
que han forjado nuestro presente.
La inmediata respuesta de la
Corona española con el debido tino y firmeza puso los primeros puntos sobre las
íes: no se pueden juzgar los hechos del pasado con criterios contemporáneos. A
los misioneros y a los conquistadores del siglo XVI no les podemos pedir una
formación, una reacción “incluyente”, una ideología o una teología como -se
supone- la tenemos los humanos o la Iglesia de los siglos XX y XXI, época en
que se consolida la era de la democracia, de los derechos humanos, y la Iglesia
lleva a cabo el Concilio Vaticano II. La
Iglesia Católica de aquel tiempo envió a sus misioneros con el propósito de predicar
el Evangelio para la “salvación de las almas”. Estos hombres cuyo distintivo era la pobreza,
llevaron a cabo innumerables obras de beneficio para los indígenas, como fueron
las primeras instituciones educativas y los primeros hospitales, sin recibir
recompensa alguna. ¿Cómo exigir a un
religioso del siglo XVI la capacidad de entender o de “respetar” los lugares de
culto de la religión mesoamericana, los sacrificios humanos y demás ritos para
ellos incomprensibles? En cuanto a los peninsulares conquistadores de hace 500
años, éstos llegaron imbuidos por la idea del “derecho de conquista”, común a
todos los países europeos de ese entonces; sin embargo debemos reconocer que la
herencia de esa España, bien lo señaló el escritor Mario Vargas Llosa en Córdoba,
Argentina, en la inauguración del VII Congreso de la Lengua, entre otras cosas, nos legó la lengua, la cual
no solo nos aportó un instrumento de
comunicación, sino también un sistema de valores como son la filosofía griega,
el Derecho romano, el Renacimiento, el derecho de crítica, y se podría añadir
la Religión. ¿O hay alguien, algún grupo indígena, que añore volver a la
antigua religión?
Los hombres y mujeres que
poblamos hoy en día los distintos países de América Latina, en su inmensa
mayoría, somos descendientes de europeos o de indígenas y europeos, y hemos
heredado los valores y la cultura de esa España del siglo XVI, gracias a la
cual nos hemos incorporado al desarrollo de la civilización occidental. Por
esta razón, más que pedir desagravios, deberíamos saludar la obra de esa
nación, la cual, a pesar de los abusos, matanzas de indígenas y otros males
producto de una guerra de conquista, fue capaz de emanar leyes de protección de
los indios en contra de los maltratos y las injusticias, como lo fueron las
Leyes de Indias y el Derecho indiano, en los albores del siglo XVI. Obra además
que tuvo como resultado la formación de una nueva nación que no existía antes,
parto doloroso, en donde no hubo víctimas ni victimarios, sino el nacimiento una
nueva raza, la raza mestiza.
Podemos afirmar que la sociedad
del siglo XVI no era la misma que la de hoy en día, pero tal vez sí lo era la
sociedad de hace 80 o 90 años. En efecto, no hace ni un siglo, en el Estado de
Tabasco, patria chica de nuestro presidente, un sátrapa llamado Tomás Garrido Canabal, impuesto como gobernador del Estado en tres ocasiones, en periodos entre 1919 y 1934, puso en marcha la
persecución más cruel y más violenta en contra de la Iglesia Católica que haya
tenido lugar en el país. Influenciado hasta la obsesión por las ideas
anticlericales de los obregonistas y del Presidente Plutarco Elías Calles, se
propuso erradicar las creencias religiosas del pueblo católico del Estado: Prohibió
el uso de cruces sobre las tumbas, sustituyó las fiestas religiosas por ferias
regionales; cambió el nombre de pueblos, municipios y ciudades que llevaran
nombres religiosos, por el nombre de héroes nacionales o regionales, artistas y
otros personajes; prohibió cualquier tipo de publicación que hiciera referencia
a Dios o a la religión, limitó el número de sacerdotes, encarceló a unos, expulsó
a otros, o condicionó su labor a que
estuvieran casados. Su fanatismo laicista
lo llevó a extremos irracionales, como poner el nombre de Dios o de los Papas a
sus granjas de animales. Organizó los llamados “Camisas rojas”, grupos de
porros, armados y uniformados por el Gobierno del Estado, los cuales asaltaban
o quemaban templos e imágenes religiosas, en medio de la más absoluta
impunidad.
En suma, bajo la autorización del
gobernador Tomás Garrido Canabal, se cometieron atroces violaciones a los
derechos más elementales de la libertad religiosa y de creencia, todo en nombre
del odio a la religión y de la “desfanatización”. El pueblo católico y la
Iglesia padecieron durante esos trágicos años, maltratos, destrucción, asaltos,
etc., sin que ninguna instancia gubernamental o internacional intercediera por
ellos.
Concluyendo: el apellido, la
formación, el idioma, la ideología, y otros elementos, de la mayoría de los
mexicanos son el fruto de nuestra integración a la evolución de los países
occidentales. Nuestra nación vive desde hace varias décadas, una cabal
reconciliación con España: intercambios culturales, artísticos, deportivos y de
todo tipo son parte de nuestro diario vivir en ambas partes del Atlántico
¿realmente es necesario o vale la pena poner sobre la mesa un acontecimiento de
hace 500 años, para que la España de hoy en día pida perdón al México del siglo
XXI? Más aún, pedir perdón ¿a quién? ¿A las nuevas generaciones de indígenas
para los que la extinción de la antigua religión no les causa ningún
perjuicio? ¿no deberíamos más bien,
nosotros –como se ha dicho también por
ahí- los mexicanos blancos o mestizos de hoy, pedir perdón a nuestros indígenas
por el racismo, la marginación y otros agravios? Si de pedir perdón se trata, considero
que el período histórico vivido por la Iglesia en el Estado de Tabasco hace 80
o 90 años con los trágicos acontecimientos que tuvo que padecer, deberían inspirar al presidente o al Gobierno
de ese estado, una carta de desagravio y de reparación de daños; sólo que el
destinatario sería otro…