domingo, marzo 31, 2019

LÓPEZ OBRADOR: AGRAVIOS Y DESAGRAVIOS

Por el Mtro. José Luis Ramírez



Las recientes cartas del Presidente López Obrador dirigidas al rey de España Felipe VI y al Papa Francisco, sobre la necesidad de que las instituciones que ambos representan pidan disculpa o perdón por los agravios a los pueblos originarios, llevados a cabo durante la conquista de México, hace 500 años, son toda una invitación a la reflexión sobre la Historia y el sentido de los acontecimientos del pasado que han forjado nuestro presente.
La inmediata respuesta de la Corona española con el debido tino y firmeza puso los primeros puntos sobre las íes: no se pueden juzgar los hechos del pasado con criterios contemporáneos. A los misioneros y a los conquistadores del siglo XVI no les podemos pedir una formación, una reacción “incluyente”, una ideología o una teología como -se supone- la tenemos los humanos o la Iglesia de los siglos XX y XXI, época en que se consolida la era de la democracia, de los derechos humanos, y la Iglesia lleva a cabo el Concilio Vaticano II.  La Iglesia Católica de aquel tiempo envió a sus misioneros con el propósito de predicar el Evangelio para la “salvación de las almas”.  Estos hombres cuyo distintivo era la pobreza, llevaron a cabo innumerables obras de beneficio para los indígenas, como fueron las primeras instituciones educativas y los primeros hospitales, sin recibir recompensa alguna.  ¿Cómo exigir a un religioso del siglo XVI la capacidad de entender o de “respetar” los lugares de culto de la religión mesoamericana, los sacrificios humanos y demás ritos para ellos incomprensibles? En cuanto a los peninsulares conquistadores de hace 500 años, éstos llegaron imbuidos por la idea del “derecho de conquista”, común a todos los países europeos de ese entonces; sin embargo debemos reconocer que la herencia de esa España, bien lo señaló el escritor Mario Vargas Llosa en Córdoba, Argentina, en la inauguración del VII Congreso de la Lengua,  entre otras cosas, nos legó la lengua, la cual no solo nos aportó  un instrumento de comunicación, sino también un sistema de valores como son la filosofía griega, el Derecho romano, el Renacimiento, el derecho de crítica, y se podría añadir la Religión. ¿O hay alguien, algún grupo indígena, que añore volver a la antigua religión?
Los hombres y mujeres que poblamos hoy en día los distintos países de América Latina, en su inmensa mayoría, somos descendientes de europeos o de indígenas y europeos, y hemos heredado los valores y la cultura de esa España del siglo XVI, gracias a la cual nos hemos incorporado al desarrollo de la civilización occidental. Por esta razón, más que pedir desagravios, deberíamos saludar la obra de esa nación, la cual, a pesar de los abusos, matanzas de indígenas y otros males producto de una guerra de conquista, fue capaz de emanar leyes de protección de los indios en contra de los maltratos y las injusticias, como lo fueron las Leyes de Indias y el Derecho indiano, en los albores del siglo XVI. Obra además que tuvo como resultado la formación de una nueva nación que no existía antes, parto doloroso, en donde no hubo víctimas ni victimarios, sino el nacimiento una nueva raza, la raza mestiza.
Podemos afirmar que la sociedad del siglo XVI no era la misma que la de hoy en día, pero tal vez sí lo era la sociedad de hace 80 o 90 años. En efecto, no hace ni un siglo, en el Estado de Tabasco, patria chica de nuestro presidente, un sátrapa  llamado Tomás Garrido Canabal,  impuesto como gobernador del Estado en tres ocasiones,  en periodos entre 1919 y 1934, puso en marcha la persecución más cruel y más violenta en contra de la Iglesia Católica que haya tenido lugar en el país. Influenciado hasta la obsesión por las ideas anticlericales de los obregonistas y del Presidente Plutarco Elías Calles, se propuso erradicar las creencias religiosas del pueblo católico del Estado: Prohibió el uso de cruces sobre las tumbas, sustituyó las fiestas religiosas por ferias regionales; cambió el nombre de pueblos, municipios y ciudades que llevaran nombres religiosos, por el nombre de héroes nacionales o regionales, artistas y otros personajes; prohibió cualquier tipo de publicación que hiciera referencia a Dios o a la religión, limitó el número de sacerdotes, encarceló a unos, expulsó a otros,  o condicionó su labor a que estuvieran casados.  Su fanatismo laicista lo llevó a extremos irracionales, como poner el nombre de Dios o de los Papas a sus granjas de animales. Organizó los llamados “Camisas rojas”, grupos de porros, armados y uniformados por el Gobierno del Estado, los cuales asaltaban o quemaban templos e imágenes religiosas, en medio de la más absoluta impunidad.  
En suma, bajo la autorización del gobernador Tomás Garrido Canabal, se cometieron atroces violaciones a los derechos más elementales de la libertad religiosa y de creencia, todo en nombre del odio a la religión y de la “desfanatización”. El pueblo católico y la Iglesia padecieron durante esos trágicos años, maltratos, destrucción, asaltos, etc., sin que ninguna instancia gubernamental o internacional intercediera por ellos.
Concluyendo: el apellido, la formación, el idioma, la ideología, y otros elementos, de la mayoría de los mexicanos son el fruto de nuestra integración a la evolución de los países occidentales. Nuestra nación vive desde hace varias décadas, una cabal reconciliación con España: intercambios culturales, artísticos, deportivos y de todo tipo son parte de nuestro diario vivir en ambas partes del Atlántico ¿realmente es necesario o vale la pena poner sobre la mesa un acontecimiento de hace 500 años, para que la España de hoy en día pida perdón al México del siglo XXI? Más aún, pedir perdón ¿a quién? ¿A las nuevas generaciones de indígenas para los que la extinción de la antigua religión no les causa ningún perjuicio?  ¿no deberíamos más bien, nosotros  –como se ha dicho también por ahí- los mexicanos blancos o mestizos de hoy, pedir perdón a nuestros indígenas por el racismo, la marginación y otros agravios? Si de pedir perdón se trata, considero que el período histórico vivido por la Iglesia en el Estado de Tabasco hace 80 o 90 años con los trágicos acontecimientos que tuvo que padecer,  deberían inspirar al presidente o al Gobierno de ese estado, una carta de desagravio y de reparación de daños; sólo que el destinatario sería otro…





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