Nos enteramos en esta Pasquetta del pasaje de a la eternidad del Papa Francisco. En algún sentido sorpresiva, luego de que miles lo vieron recorrer por última vez la Plaza de San Pedro este Domingo de Pascua, acaso para esa despedida del Pueblo de Dios, al que amó.
Ha sido al fin de cuentas un Papado relativamente largo (12 años), pero muy rodeado de polémicas y resistencias de todo tipo y de todo signo.
Ha sido un signo de contradicción en un mundo signado por cambios continuos y que parecen no tener fin, y lo peor, con una especie de tendencia no solo a una secularización total sino a la franca deshumanización.
Quedarán sus frases, sus gestos, documentos, su intento de dialogar con un mundo cada vez más alejado de Dios y de la Iglesia, a menudo poco comprendido.
La Iglesia es de Cristo, guiada por el Espíritu Santo, por lo que lo que muchos proclaman: ¨Cambió la Iglesia para siempre¨ o frases semejantes, no se corresponden con lo que es la Historia de la Iglesia, continuadora de la historia de la Salvación.
Aún así hizo esfuerzos importantes para poner a la Iglesia a la altura de estos tiempos, tratando de hacer una Iglesia más participativa y más apostólica, menos clerical y burocrática. Terminó lo que comenzó su antecesor Benedicto XVI, en torno a la pederastia y otros asuntos.
Fue viajero testigo de la fe hasta donde pudo, y sin duda fue un sacrificio no volver a su tierra natal, fuertemente dividida en lo político. En ese sentido pensó y sintió con la Iglesia.
El hecho de haber nombrado cardenales de muchos puntos remotos le ha dado al Colegio Cardenalicio una representación muy católica, más universal.
Devoto de la Virgen, se quedará junto a ella en la Basílica Santa María la Mayor, rompiendo una vez más la tradición.
Y así como llegó, inesperadamente, al Papado, se fue, inesperadamente, de este mundo.
Descanse en Paz Papa Francisco.
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