jueves, septiembre 07, 2023

¿LA IGLESIA SE ABRE ANTE LA DIVERSIDAD? 

José Luis Ramirez Vargas 


“La iglesia no es la asamblea de los puros, sino el hospital de los pecadores”. G.K. Chesterton 


Trascribo en el título de este artículo el encabezado de una nota reciente en un periódico local, pues la realidad a la que alude como una novedad nos invita a unas reflexiones. La “diversidad” a la que hace alusión se refiere a un grupo creado dentro de una parroquia con la loable intención de atender a las personas con una orientación sexual distinta, y a sus familiares. De ahí nos surgen algunas dudas o preguntas: ¿No se supone que toda comunidad parroquial debería estar siempre abierta a todo tipo de personas, incluyendo a las que hace alusión? O ¿en qué consiste lo inédito de esa apertura? ¿Existe un plan pastoral de acompañamiento a dichas personas? ¿Cuál sería el objetivo? Es verdad que una respuesta, en este caso específica, se impone ante la situación que viven los homosexuales y lesbianas en nuestra sociedad. Ésta no siempre ha acogido con el debido respeto a las personas de distinta orientación sexual, pues lamentablemente, la discriminación sigue dándose a menudo en el plano laboral y en el mundo de la educación, e inclusive en el familiar, sin embargo, a la Iglesia, como lo afirma el Catecismo de la Iglesia, le toca acoger a estas personas y evitar toda discriminación: (Los homosexuales) deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición. (C.I.C., 2358 *). No cabe duda de que la realidad que viven esas personas -y con ellas sus familiares- es difícil, complicada y a muchos casos es causa de verdadero sufrimiento. La Iglesia ofrece para todos ellos, en distintas modalidades, recibir el Anuncio de la Buena Noticia de Jesucristo y hacer un camino de conversión, en suma, a vivir la experiencia de que hoy como entonces Jesús pasa, a través de su Iglesia, “… predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia” (Evangelio de San Mateo 4, 23). Como todo proceso, es necesario hacer un recorrido de acompañamiento en la Iglesia, ya que experimentar un cambio de vida, no es someterse a la fuerza a una nueva observancia basada en la letra de la ley, sino vivir en la gratuidad y en la alegría la nueva vida que da el Espíritu Santo. Sólo así y desde ahí se puede entender y vivir plenamente la realidad que describe el Catecismo de la Iglesia Católica al hablar sobre el tema de la homosexualidad: la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso. (C.I.C., 2357). Por otra parte, la Iglesia debe afrontar con firmeza y valentía el discurso enarbolado por las organizaciones LGTB+ que proclaman irresponsablemente la condición de la homosexualidad (de hombres y mujeres) como un “orgullo”, menospreciando la condición que viven muchos de ellos en la búsqueda de su identidad, a menudo en un entorno hostil, y casi siempre con un profundo sufrimiento. En este sentido, la creación de un grupo de atención pastoral en las comunidades parroquiales deberá tomar seriamente en cuenta esa realidad exterior para no devenir un grupo que sólo alimente el acomodo a la mentalidad imperante: “…no se acomoden a este mundo, sino transfórmense, mediante la renovación de la mente, para que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable y perfecto.” (Epístola a los Romanos 12, 2). Quisiera hacer finalmente una alusión a esa virtud tan poco mencionada en la Iglesia o de la que se habla con cierta circunspección y temor, me refiero a la castidad. Tal vez para muchos cristianos esa virtud parece estar reservada para sacerdotes, religiosos y religiosas, sin embargo, la doctrina de la Iglesia es clara al afirmar que todo cristiano deberá vivirla, dependiendo de su condición: Todo bautizado es llamado a la castidad. El cristiano se ha “revestido de Cristo” (Gálatas 3, 27), modelo de toda castidad. Todos los fieles de Cristo son llamados a una vida casta según su estado de vida particular. En el momento de su Bautismo, el cristiano se compromete a dirigir su afectividad en la castidad. (C.I.C., 2348). La santidad y la perfección cristiana a la que estamos llamados todos los cristianos (Evangelio de San Mateo 5, 28) es el culmen de la paz interior y de la alegría, y la castidad es un medio para llegar a ello. El Catecismo de la Iglesia la refiere en particular a los homosexuales: Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana. (C.I.C., 2359). En suma y para concluir, este “Camino de perfección” -como lo llamó Santa Teresa de Ávila-, tal como la Iglesia lo propone no es “popular” ni existe para recibir el aplauso o la aprobación de ninguna organización sobre todo si ésta lleva el sello o la marca de un “espíritu” contrario al “Espíritu de la Verdad” (Evangelio de San Juan 14, 17). La Iglesia, en su peregrinar por el mundo, seguirá anunciando que “todos los hombres son llamados a la unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos” (Vat. II. Constitución Lumen Gentium I, 3). 

*Son las siglas del Catecismo de la Iglesia Católica 


Imagen abajo: Tomada de https://couragerc.org/

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