Mtro. José Luis
Ramirez Vargas
Imagen: Wikipedia.org
“Si un mexicano odia lo
español, se odia a sí mismo”
Miguel León-Portilla.
Historiador y antropólogo mexicano
En marzo de 2019, en
su primer año como presidente, Andrés Manuel López Obrador envió una carta
al rey de España, Felipe VI, con una solicitud expresa para que
pidiera perdón a los pueblos originarios “por las violaciones a lo que ahora
se conoce como derechos humanos y matanzas e imposiciones en la Conquista".
Retomando esta iniciativa, la nueva
presidente de México, Claudia Scheinbam,
denegó al rey de España Felipe VI la invitación a estar presente en su
toma de protesta, y aprovechando el día 12
de octubre de este año, ha hecho nuevamente un llamamiento a las
autoridades españolas, a pedir perdón a los pueblos originarios de
México y disculparse "como han hecho otros presidentes y
gobernantes”.
No se necesita un
análisis profundo de los procesos históricos para detectar cómo ese discurso supone
un desconocimiento manifiesto de los mismos, desconocimiento que lleva a adoptar
una visión ideológica y sesgada de los acontecimientos, pero que resulta útil
para subrayar la narrativa del régimen.
Dicha visión insiste en
el “trauma” de la conquista que parece no haber sido superado, de donde se
deriva un complejo de inferioridad y un cerrado nacionalismo, según lo señalaba
Samuel Ramos en su “Perfil del hombre y la cultura el México” (1934). En
su obra, este antropólogo social abogaba por una superación de esa problemática
social mediante la apertura a la universalidad. Dos décadas después, el que
sería premio Nobel de literatura, Octavio Paz, en su “Laberinto de la
soledad” (1950), abordaba con agudeza el tema, y pregonaba la necesidad de hacer
un amplio repaso histórico a fin de sacar a la luz los "traumas" del
país y encontrarles una solución.
La historiografía más
reciente ha puesto en relieve personajes, aspectos, coyunturas y períodos
otrora ignorados para contar con una visión más precisa y exacta de nuestra
complicada historia nacional, baste citar como ejemplo las aportaciones del Departamento de Investigaciones Históricas del
INAH, del Centro de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, el de El
Colegio de México, y otros más, los cuales han contribuido en los últimos años a “superar
el provincialismo que ha aquejado a la historiografía mexicana”, como decía
la historiadora Josefina Zoraida Vázquez.
No obstante, la
narrativa oficial actual ha decidido seguir apegada a la más simplista historia
oficial, y ahora con más insistencia parece querer regresarnos varias décadas
atrás al complejo histórico de “conquistados” por una civilización ajena a los
mexicanos (¡de entonces!), y hacernos
creer que nuestros antepasados fueron los náhuatles. A la civilización que
llevó a cabo la conquista, ahora encarnada en una nación moderna, 500 años
después, se le exige pedir perdón a un México del siglo XXI, que es fruto de
esa civilización… Ante semejante
desatino histórico vale la pena precisar brevemente unos puntos:
En el siglo XVI no
existía aún el país en el que vivimos ahora. El territorio actual estaba
ocupado por las civilizaciones náhuatl, maya, tarasca, otomí, y otras, con
relaciones a menudo conflictivas entre ellas, o sometidas a vasallaje, en
particular de parte del poderoso imperio náhuatl. Al ser conquistado el imperio
mexica -con la ayuda imprescindible de pueblos tlaxcaltecas- se fundará la
“Nueva España”, el cual fue el germen de lo que sería al cabo de unos siglos la
nación mexicana. Los pueblos originarios de entonces pasarán a ser vasallos no
de España, sino del Reino de Castilla y Aragón. Los “primeros mexicanos” –
título del libro del antropólogo Fernando Benítez- pasarán a ser las
generaciones surgidas de la mezcla progresiva de los dos pueblos, como reza la
leyenda colocada en la plaza de Tlatelolco en la Ciudad de México.
El derecho de
conquista regía, desde hacía siglos, en la civilización occidental, y los
errores, abusos y destrucción de una civilización en Mesoamérica -por supuesto
no justificables, otros sí como la supresión de los sacrificios humanos- fueron
la consecuencia de esa concepción, para la cual no existía ni la salvaguarda de
las culturas, ni los derechos humanos tal como ahora los concebimos, ni la
democracia, ni los demás valores que la Humanidad -y la misma Iglesia- ha ido
descubriendo y adoptando. Ante esto, una pregunta queda en el aire: ¿hoy en
día, 500 años después, esos valores son respetados por la sociedad actual?
Y si es cierto que
existieron abusos, pero también es cierto que, a penas realizada la conquista,
con el emperador Carlos I se promulgaron leyes que protegieron los derechos de
los indígenas frente al posible abuso por parte de los españoles, como la
prohibición de esclavizarlos, el trabajo de los menores de catorce años y el
maltrato, tanto físico como psicológico etc. Las órdenes religiosas por su
parte contribuyeron a la educación, organización del trabajo e innumerables
obras de beneficencia social que describió con maestría el historiador Robert
Ricard en su “Conquista espiritual de México” (1947). La Universidad
Pontificia de México, creada en 1553, fue también obra de la Iglesia.
El Papa Francisco ya
se pronunció al respecto en estos términos: “Hubo pecado y abundante, por
eso pedimos perdón… pero allí también donde
hubo abundante pecado, sobreabundó la gracia a través de esos hombres que
defendieron la justicia de los pueblos originarios (Discurso en el II
Encuentro Mundial de los Movimientos Populares. Santa Cruz de la Sierra,
Bolivia. 9 de julio de 2015).
En suma, lo que nos ha
dejado a todos esa inútil controversia político-diplomática es que los
acontecimientos del pasado con sus consecuencias no deben ser revisadas con criterios
políticos o ideológicos del presente, ya que querámoslo o no, los mexicanos de
hoy en día somos herederos genética o culturalmente de esa cultura hispana, y
de múltiples formas actualmente estamos hermanados con los españoles de hoy. El
exigir perdón a una nación hermana por los abusos que cometieron nuestros
propios antepasados resulta ser un sinsentido, y sólo contribuye a crear una
división entre nuestros países en aras de una inútil reivindicación histórica.
Para los cristianos de
América Latina, el legado moral y sobre todo de la Fe que nos fue
transmitida por la Iglesia de España es
sin duda un tesoro invaluable por el que vale la pena dar gracias por encima de
toda petición de perdón.
origen tzotzil, promotor de la paz y la justicia en una región castigada por la violencia y la
impunidad. Los católicos pedimos que su sangre derramada no haya sido inútil, sino que
contribuya a obtener esa paz por la que tanto luchó el P. Marcelo. ¿Esta vez a quién le
corresponde ahora pedir perdón a la Iglesia y a los pueblos originarios representados por este
sacerdote?
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