José Luis Ramírez
Vargas
No podemos
negar que las recientes marchas del “orgullo gay” en contra de la
discriminación y en pro de la igualdad se enmarcan en la perspectiva del
espíritu de los tiempos en el que la lucha por el reconocimiento de los
derechos de las minorías sociales se inscribe como una alta prioridad
impostergable. Numerosos integrantes de esas agrupaciones, todavía en el pasado
reciente, se han visto relegadas o marginadas en el mundo laboral o en los
medios académicos en razón de su personalidad, hecho que contradice el derecho
natural que tiene toda persona de ser respetada en razón de su dignidad. Las
expresiones y planteamientos de las marchas recientes de las asociaciones
LGBT+, con el consecuente apoyo gubernamental y masivo de sectores sociales no
puede dejarnos indiferentes, y nos llevan a algunas reflexiones y preguntas.
Nuestro siguiente comentario en torno a dichas
marchas por el “orgullo gay”, por más respetuosa que pretende ser, puede ser
considerada por algunos como políticamente incorrecta, pero reitero, es sólo
con el ánimo de dilucidar un fenómeno social por demás complejo de nuestro
tiempo.
El romper
con las normas sociales y morales ha sido desde antiguo una válvula de escape
del hombre en búsqueda de una liberación de todo lo que lo obliga o reprime. Pero
no se puede negar que hoy en día la
búsqueda de la liberación de las normas que nos regían anteriormente nos está
llevando a la construcción de otra normatividad, la pregunta seria: ¿no será
esa nueva normatividad más coercitiva que la primera? ¿estamos en vías de
normalizar un nuevo “pensamiento único” que invalida o condena el derecho a las
otras propuestas?
Por otra
parte, la violencia, la inseguridad, el miedo al futuro, típicos de nuestra
época, producen como efecto en la sociedad el deseo de romper con las leyes
morales, éticas, legales o de cualquier otro tipo. Los festejos que acompañan
las protestas de estos movimientos sociales se convierten así para muchos en una
excelente ocasión para la expresión pública de la desinhibición. Recordemos que
esta función venía cumpliéndose desde la antigüedad, como en el caso de las
fiestas de los Lupercales en la antigua Roma, y en el contexto de la
cristiandad medieval en la fiesta del Carnaval. Ante esto me pregunto: ¿Esta
combinación de fiesta y desfile tiene un interlocutor ante el cual se plantea o
expone de forma racional un “pliego petitorio”, o más bien se reduce sólo a una
ocasión para dar libre cauce a los sentimientos de un público ávido de una
libertad individual aunque fuera momentánea?
Las marchas por
el “orgullo” enarbolan, con sus vistosos rituales la afirmación de una
identidad sexual de los individuos distinta a la grabada en la anatomía con la
que se nace. Nos preguntamos: ¿esa afirmación identitaria se funda en conceptos
científicos, o sólo en el sentir autorreferencial? ¿el sentimiento personal
cambiante y sujeto sólo a la voluntad personal puede equipararse a la
objetividad de un cuerpo cuyo ADN está bien definido desde la concepción del
ser humano? ¿en qué base científica se basa la pretendida diferencia entre
identidad sexual e “identidad de género”?
Para probar
la cientificidad de la postura de la que hablamos, se habla de “fundamentos
académicos” y de lo afirmado por instituciones internacionales -las cuales como
la OMS hasta hace poco publicaban una postura distinta-. De cara a esas afirmaciones, no podemos negar
que la ratificación de la identidad sexual dependiente sólo de la decisión
personal nos lleva al concepto de ideología, por lo que tal vez venga a cuento
lo que comentaba hace varios años el filósofo comunista Louis Althusser. Si
bien él la refería a la ideología dominante del poder político, puede sin
embargo aplicarse a todo tipo de ideología. Ésta, además de ser un conjunto de
ideas falsas, es un sistema de representaciones y prácticas que determinan la
relación de los individuos con sus condiciones de existencia, y se materializa
en instituciones y prácticas sociales que moldean la forma en que los
individuos se perciben a sí mismos y al mundo. Como tal, prosigue Althusser, representa
de manera imaginaria la relación de los individuos con sus condiciones reales
de existencia, no con la realidad misma. La ideología opera -prosigue el
filósofo- de manera inconsciente, moldeando las acciones y pensamientos de los
individuos sin que estos sean plenamente conscientes de su influencia. La
ciencia y el pensamiento científico pueden romper con las ideas ideológicas
para acceder a una comprensión real de las relaciones sociales.
Como
corolario a estas reflexiones, lo comentado recientemente por el Papa León XIV en
el Jubileo de los gobernantes es digno de mencionarse. “La ley natural –
decía el Papa- es la referencia universal para legislar sobre cuestiones
éticas, incluidas las relativas a la intimidad personal… la ley natural, como regla
universal siempre válida, encuentra en la naturaleza misma su forma más válida,
plausible y convincente”. El fundamento de dicha afirmación del Papa
León no es la Biblia, como podría pensarse, ni un autor cristiano, sino un
escritor de la Antigüedad Clásica: Marco Tulio Cicerón (s.I a.C.), quien
describía la Ley natural con estas palabras: “La ley natural es la recta
razón, conforme a la naturaleza, universal, constante y eterna, que con sus
mandatos invita al deber, con sus prohibiciones disuade del mal... No está
permitido modificar esta ley ni suprimirla en absoluto, ni es posible abolirla
por completo; ni podemos liberarnos de ella mediante el Senado o el pueblo... Y
no habrá una sola ley en Roma, una sola en Atenas, una sola en el más allá;
sino una sola ley eterna e inmutable que regirá a todos los pueblos en todos
los tiempos” (Cicerón, De re publica III, 22). El Papa prosigue en su
discurso: “La ley natural, universalmente válida más allá de otras creencias
discutibles, constituye la brújula para legislar y actuar… Que la ley se llame
«natural» significa dos cosas: la primera es que el hombre la conoce por «connaturalidad”
o siguiendo su naturaleza inteligente; la segunda es que para él es espontáneo
e inmediato y por lo tanto natural, conocerla. Y resume así: la ley natural
necesita el apoyo de una razón capaz de comprender toda la realidad …”. La pregunta
que nos inspiran estas palabras seria la siguiente: ¿no es una casualidad que
sólo la estructura social, natural y antropológica hombre-mujer, y de
preferencia de forma estable, pueda garantizar el futuro o supervivencia de la
Humanidad, y por ende la existencia de nuevas generaciones? ¿No ameritan las
familias llamadas “tradicionales”, por parte del Estado un decisivo y
sustancial apoyo como una prioridad de las políticas públicas?
Una última
pregunta nos viene a la mente: ¿la condición de la homosexualidad al asumirse
como un “orgullo” por las organizaciones, tiene en cuenta la realidad que viven
numerosas personas (niños, niñas, adultos) que viven en su intimidad, en
secreto o con discreción, un profundo sufrimiento en un entorno a menudo
hostil? ¿Qué acciones concretas para ellos de atención, seguimiento o
acompañamiento han programado las organizaciones LGBT+?
Estos
cuestionamientos, lejos de tener la intención de denostar a las personas o las
posturas de las organizaciones, pretenden sólo puntualizar algunos aspectos de
la realidad compleja de este fenómeno social y que viven muchas personas. Sobre
esto, es importante tomar en consideración lo afirmado por la doctrina de la
Iglesia en el Catecismo: acoger a estas personas y evitar toda discriminación
“(Los homosexuales) deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se
evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas
están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y si son cristianas,
a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar
a causa de su condición”. (C.I.C, 2358).
P.S. En el
curso de las manifestaciones por el “orgullo gay” del pasado 29 de junio en la
Ciudad de México, se exhibió un carro alegórico que ofendió gravemente a
millones de católicos. Integrantes de la comunidad aparecieron vestidos de
manera burlesca como obispos, sacerdotes e incluso como el Papa. Un claro acto
de mofa hacia nuestros símbolos más sagrados. Los católicos exigimos respeto a
nuestros símbolos e instituciones, de igual manera como respetamos sus
manifestaciones.