viernes, abril 08, 2016

Metz: Del esplendor de la cristiandad medieval al ruido profano de la tecnología posmoderna

José Luis Ramírez Vargas

 

Una reacción de disgusto y de total reprobación ha causado en los medios católicos el video transmitido por la redes sociales, en donde se aprecia a un grupo numeroso de hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes,  bailando al ritmo de una estridente música electrónica. Esta actividad no tendría mayor interés si se hubiera llevado a cabo en un antro, casa o pista de baile, sólo que esta vez el evento tenía como escenario la nave central de la Basílica de San Vicente, en la ciudad de Metz (N.E. de Francia), la noche de la Pascua cristiana.  Autores y constructores de esa grandiosa basílica, venerables abades y sabios arquitectos medievales,  nunca se imaginaron para quién  trabajarían: la creación artística, el esmero y el esfuerzo de generaciones enteras, al menos durante cuatro siglos que duró la construcción y la reconstrucción de este templo, estaría sirviendo para un espectáculo “cultural” de esa naturaleza.

Iniciada en el siglo XIII, consagrada a fines del siglo XIV, la basílica –y abadía- de San Vicente,  de estilo gótico tardío,  conoció su apogeo en el contexto de la cristiandad de la Baja Edad Media. En su recinto, varias  generaciones de monjes y fieles de la –entonces- cristianísima ciudad de Metz celebraron durante siglos los oficios sagrados.  Posteriormente, durante el período de la Revolución francesa, al igual que otros templos a lo largo y ancho del hexágono, se convirtió en templo de la diosa Razón e inclusive en depósito de armas, pero una vez pasados esos acontecimientos, el culto se restableció ya desde la época napoleónica, de tal manera que la basílica volvió a ofrecer a los fieles de la diócesis, su espacio, naves y espléndidos vitrales para la oración, el recogimiento y la celebración de la liturgia cristiana.

Lo que sucede es que los templos, por más fastuosos que sean, son sólo el lugar que acoge a la comunidad cristiana (“domus Ecclesiae”), al pueblo cristiano, pero cuando éste desaparece, los edificios sagrados se convierten en espacios vacíos, y sus vitrales, verdaderas enseñanzas visuales de la Fe cristiana, pierden su razón de ser, ya que los habitantes de la “ciudad secular” se sienten ajenos a ese entorno artístico, expresión de la Fe cristiana.

 

 

 

Es entonces cuando la mentalidad pragmática de esa sociedad moderna, desacralizada y secularizada, toma el relevo, planificando otros proyectos para dichos espacios, proyectos que ya nada tienen que ver con la recta utilización de los espacios sagrados.  Esto ha sucedido con la Basílica de San Vicente, la cual desde el 2010 se desacralizó y pasó a ser “un centro cultural para para acoger distintos eventos de Marzo a Octubre”, según afirmaba uno de los concejales del municipio. No había ya necesidad de un espacio dedicado al culto sin público alguno.

Más que un escándalo o una condena por la “profanación” de un lugar sagrado, ese hecho nos debe mover a una reflexión profunda. Después de todo, Metz  no es más que una representación, una muestra de los cambios en la mentalidad y costumbres de la vieja Europa, por lo cual nos preguntamos: ¿Qué ha pasado en la Iglesia de Francia? ¿En dónde están los grupos dinámicos de la Acción Católica Obrera, ¿las comunidades religiosas tan variadas? ¿los curas obreros?, en suma: ¿qué ha pasado con Francia, “hija primogénita” de la Iglesia”? El Papa San Juan Pablo II  ya había anunciado y denunciado esa situación en 2004 en su Encíclica  Ecclesia in America”, en donde describe magistralmente  el trasfondo de esa mentalidad que ha invadido a la sociedad europea: “Asistimos al nacimiento de una nueva cultura, influenciada en gran parte por los medios de comunicación social, con características y contenidos que a menudo contrastan con el Evangelio y con la dignidad de la persona humana. De esta cultura forma parte también un agnosticismo religioso cada vez más difuso, vinculado a un relativismo moral y jurídico más profundo”…

(I, 9)Una sociedad que desconoce sus raíces cristianas no es capaz de apreciar y valorar la herencia cultural que proviene de dichas raíces. Dicho rompimiento es debido también al proceso de secularización y desacralización iniciado ya desde la época de la “Ilustración” del s. XVIII. Sin embargo ese abandono progresivo de la fe no se ha tenido como resultado un simple ateísmo, sino que ha dado lugar a una nueva “religiosidad”, pues en contra de lo que suele pensarse, el mundo moderno continúa siendo religioso, aunque orientado de manera distinta y a objetivos diferentes.  Aunque emulan muchas actitudes de las religiones tradicionales, los nuevos  cultos –religiosos o “profanos”-  de la llamada “ciudad secular” (Harvey Cox)  han tomado el relevo de la Fe: los aparatos electrónicos,  la música ensordecedora, el esoterismo y el placer a cualquier precio  rigen y orientan el comportamiento de las sociedades “posmodernas”. Los nuevos dioses promueven el individualismo, el relativismo moral,  rechazan todo compromiso social y se esconden a menudo

 

 

 

 

 

 

 

detrás de una cuestionable defensa de los derechos humanos. En este panorama variado y complejo, basado a menudo en tradiciones y cultos ancestrales, aparecen nuevas creencias y “rituales”, mezcla de secularismo, vagos esoterismos y desprecio por las raíces cristianas. Terminemos con un texto de esa bellísima reflexión sobre “La Iglesia en Europa” de Papa San Juan Pablo II: “… la pérdida de la memoria y de la herencia cristianas, unida a una especie de agnosticismo práctico y de indiferencia religiosa, (tienen como resultado que) muchos europeos dan la impresión de vivir sin base espiritual y como herederos que han despilfarrado el patrimonio recibido a lo largo de la historia. Por eso no han de sorprender demasiado los intentos de dar a Europa una identidad que excluye su herencia religiosa y, en particular, su arraigada alma cristiana, fundando los derechos de los pueblos que la conforman sin injertarlos en el tronco vivificado por la savia del cristianismo” (I, 7).

¿Habrá perdido para siempre Iglesia en Francia y en Europa occidental  ese rostro que le valió alguna vez el título de “civilización cristiana occidental? ¿Está ya en germen una nueva Iglesia, tal vez minoritaria, conformada por comunidades que ya no tendrán necesidad de grandes templos, pero que serán la nueva levadura que fermente la masa, como en la Iglesia de los primeros siglos? Ese sería en todo caso el verdadero reto ante esa sociedad que convierte los antiguos templos en simples pistas para bailes con música electrónica…

 

 

jlramirez@itesm.mx