sábado, octubre 25, 2014

¡Y al fin el Espíritu Santo arregló todo!


¡Y AL FIN EL ESPÍRITU SANTO ARREGLÓ TODO!

 

 El pasado Sínodo Extraordinario sobre la Familia, realizado en Roma pasadas semana, ha generado muchos comentarios, discusiones, análisis, etc., sobre el mismo.

 Muchos lo han visto como la evidencia de una ruptura que ya se ve desde hace décadas dentro de la Iglesia, donde en algún sentido ya no se hablan determinados temas porque simplemente no se está de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia en cuanto a ellas.

 No solo sucede en temas morales como el divorcio o la homosexualidad, sino que tienen que ver con otros referidos a la esencia de la fe católica, como la Divinidad de Cristo, su presencia en la Eucaristía, o la existencia del Infierno o del Diablo.

  Otros lo ven como que las fuerzas ‘progresistas’ pujan por un ‘cambió en la Iglesia, contra fuerzas ‘conservadoras’. Análisis por cierto típicamente político-sociológico que escapa a todo análisis verdaderamente en la caridad pastoral y eclesial.

 Lo que es cierto es que a mitad del Sínodo las cosas no parecían venir bien para la Iglesia: Cristo no había estado presente casi en el Aula Sinodal. Su Evangelio era poco referido y no había al parecer un mensaje esperanzador para las familias, millones, que luchamos día a día para ser fieles en medio de un mundo hostil a Cristo y su mensaje.

 Eso hizo que muchos se preocuparan y se movilizaran: Hay que rezar, hay que hacer penitencia, hay que participar en los foros sobre el tema y poner a Cristo al centro.

 El Espíritu Santo, ese hábil ‘soplador’, digamos “venteó” en los círculos menores, en la segunda semana, y las cosas retomaron su rumbo: Había que dar un mensaje alentador y de apoyo a los fieles. A quienes no lo han sido y se han apartado del Camino de Cristo, siempre las puertas abiertas para el retorno, como siempre la Iglesia debe de actuar. Una especie de teología de ‘mínimos’ cedió paso a la impetuosidad de la llamada radical a seguir a Cristo y dejar el pecado, acoger a la oveja sin dejar de dejar de manifestar en la verdad y la caridad lo que necesita para volver unirse a la vid.

 Esto es bien diferente a los que muchos de ustedes habrán leído sobre el Sínodo. Algunos se quitaron las caretas y decían “Ha triunfado la Sagrada Familia. ¡Viva la hipocresías!” develando que en realidad hay muchos interesados en que la Iglesia cambié para sus ideologías, sus conveniencias, para convalidar su pecado o su error.

 La Iglesia no debe cambiar sino para amar más y exigir más en ese amor. Que fuera al revés, sería ceder ante el sutil engaño del Diablo. Debe amar hasta el extremo de la contradicción ante la exigencia de ese amor, aunque eso la lleve a quedar solita en la Cruz. Así es su destino, pues no es distinto al de su Fundador: Debe pasar por la Cruz para llegar a la Resurrección.