domingo, septiembre 06, 2020

Ante la tragedia del cierre del Planetario Alfa


Foto: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Edificio_principal_del_Planetario_Alfa.jpg


Por Daniel Sanabria

El miércoles pasado a la noche se daba a conocer que el viernes se cerraban definitivamente 42 años de historia de un icono de la cultura del Noreste de México, no solo de Nuevo León, con una proyección nacional e internacional incluso: El Planetario Alfa.

Pero no solo es la cierre de un espacio cultural sino de enseñanza de la ciencia y la tecnología para los niños y adolescentes, único en su tipo.

En primer lugar hay que ser agradecidos a quienes de un modo u otro contribuyen al nacimiento y desarrollo de esta importante iniciativa cultural, que se hizo, con el paso de  los años, Patrimonio de Nuevo León.

Dicho lo anterior, el hecho de su cierre dejará graves secuelas. Espero que el grupo empresarial actual entienda la gravedad del asunto en estos momentos que vive México.

Por un lado presenciamos un grave retroceso educativo, con el peligro de que millones dejen su proceso educativo ante una reanudación por televisión e internet al que muchos no pueden acceder siquiera.

Esto va acompañado por una crisis económica, la más seria en casi 90 años, lo que presionará a que mucho tengan que acudir al trabajo infantil y adolescente para salir adelante. 

Sencillamente la decisión casi furtiva del Grupo Alfa de cerrar casi de un día para otro (para evitar movimientos de la sociedad, protestas t la intervención eventual del gobierno aunque sea estatal) abona en aquella dirección. 

Es más que una cuestión económica o una complicación en la operación y continuidad del mismo. Va mucho más allá. Tiene consecuencias muchos mayores.

Es un retroceso que acompaña un proceso más profundo de retrocesos. Por ello es un grave cálculo estratégico como organizaciones empresarial: No solo le afecta su imagen sino que los coloca del lado del retroceso cuando muchos empresarios y grupos de empresarios buscan exactamente lo contrario.

No es una cuestión solo del derecho del Grupo Alfa de hacer lo que quiera con lo suyo, sino que este tipo de instituciones públicas se vuelve parte del patrimonio comunitario. De este modo infringen sencillamente su responsabilidad social.

Y hay quizá algo peor a todo esto: Este cierre es un retroceso en la difusión de la ciencia y tecnología entre cientos de miles de niños y adolescentes, entre sus mismas familias.

Sencillamente es cerrar una puerta abierta a la promoción de la ciencia y la tecnología ante el embate creciente de la intolerancia ideológica, que llega a quemar libros, dañar o destruir patrimonio ajeno en nombre de la reinvidicación de derechos o en contra de la misma violencia que practcan a su vez; ante un irracionalismo que llega a negar el dato científico para justificar la muerte de un no nacido incluso hasta el día antes de su nacimiento en nombre de un supuesto derecho;  ante un oscurantismo que también viene de parte del neopaganismo, propagador de creencias mágicas, amuletos y cualquier tipo de superchería para afrontar cuestiones tan graves como la actual pandemia, por decir solo una cosa.

Eso acrecienta el error y la gravedad de la decisión furtiva del Grupo Alfa.

¿Qué hacer ante esto? Pues respaldar con mayor decisión esfuerzos como los de horno3 y el Papalote, y promover la generación de nuevas iniciativas privadas para la difusión de ciencia y tecnología. 

A México le urge esto, para retomar un camino que no se debe abandonar: El de la valoración constante y profunda de la educación, la cultura, la ciencia y la tecnología para el desarrollo real de un país, al que le urge pasar efectivamente a una sociedad del conocimiento.